Toda la esencia de la arquitectura tradicional herreña se reúne en esta casa de piedra volcánica, asomada -como su propio nombre indica- a las laderas de lava negra de la costa norte de la isla.
El panorama sobre el Atlántico que se divisa ante esta casa es como para inundar los sentidos, asomándose a la costa norte herreña desde uno de los rincones isleños poblados desde tiempos ancestrales.
El llamativo color albero de su fachada, del que sobresalen las rojas piedras volcánicas visibles en su revoco, contrasta con la negritud de la roca que la rodea y con las brumas grisáceas de los alisios, que con frecuencia envuelven la isla en una capa de humedad y misterio.
Los interiores, con su rehabilitación esmerada, son una invitación a soñar despierto.
En ellos se respira una contrastada mezcla decorativa creada por los muebles rústicos y los suelos de baldosas cerámicas y madera de jatova; el contrapunto más moderno lo pone la iluminación y aquellas piezas del mobiliario de diseño más vanguardista, como vemos en el salón.
Los textiles salpicados con colores y motivos sencillos complementan el refrescante ambiente que se vive, enfrentándose con los colores subidos de las paredes, pintados a la esponja en el dormitorio.
De todo ello, lo que más destaca es la singular colección de escaños o bancos con respaldo de grandes proporciones que fueron pieza esencial de los pajeros o viviendas tradicionales del campo herreño.
En ellos, además de asiento, se encontraba un espacio ideal para ser utilizado como armario o despensa; dispuestos de un modo acertado en el salón, dormitorio y cocina, demuestran que en los actuales alojamientos rurales la tradición no está reñida con los ambientes más actuales.
Pero sin duda lo más destacado de la casa son sus vistas.
La gran terraza, distribuida en dos niveles, es la platea perfecta para deleitarse con el espectáculo del Atlántico infinito que se abre a sus pies, convirtiéndose por ello en lugar más atractivo de la casa. Su aislada situación asegura paz y silencio.